Consuelo Zabalza, la desconocida vida de una importante ateneísta durante la guerra entre Lavapiés y la Ventilla

La historia de este país está tejida por un listado sin fin de biografías reseñables que casi nadie conoce. Abuelos y abuelas que nos dejaron sin recibir sus merecidos homenajes ni, lo que es peor, la escucha atenta que la sociedad necesitaba. Es el caso de Consuelo Zabalza Martínez (1920-2004), una mujer que, siendo casi una niña, fue pionera en el campo político y de la cultura obrera.
En 2024 salieron dos libros que, al menos parcialmente, recuperan el rastro de Consuelo Zabalza. Su figura está presente en La voz de los vencidos: doce entrevistas con anarquistas que vivieron la Guerra Civil en España, de Lily Litvak, y Los ateneos libertarios de Madrid. Desde sus orígenes hasta 1939, de Francisco Javier Antón Burgos.
En el primer capítulo de la monografía de Litvak accedemos a las vivencias de Zabalza a través de sus propias palabras y las de su pareja, el destacado militante de CNT Ángel Urzaiz. Consuelo nació en la calle Tribulete en 1920 en una familia humilde. Su padre, Francisco Zabalza, trabajaba en el Mercado Central de Frutas y Verduras, uno de los principales centros laborales del sur de Madrid, donde era conocido por sus veleidades sindicalistas. Fue comunista –durante la dictadura de Primo de Rivera fue encarcelado por su militancia–, aunque luego ingresaría en el Sindicato Único de la construcción de CNT.
A Consuelo le pilló el golpe de Estado franquista con solo dieciséis años y se echó a la calle y al ruedo de la política obrera. Debía vivir por entonces en el norte de Madrid, pues contaba que se alistó en las Juventudes Libertarias de Chamartín de la Rosa (llegó a ser su secretaria general) e ingresó en el Ateneo Libertario de la Ventilla, donde también fue secretaria.
“Puestos a buscar una figura ateneísta femenina señalada, esa sería la de la acreditada anarquista Consuelo Zabala Martínez”, explica Antón Burgos en su estudio sobre los ateneos madrileños, donde detalla cómo Zabalza se empeñó en conseguir del Ayuntamiento un local amplio para las escuelas del ateneo de la calle Cedros, que entonces se llamaba de Fermín Galán.
El autor hace referencia a otras mujeres destacadas en la labor ateísta durante los años treinta en toda la geografía madrileña, todas trabajadoras. Algunas de ellas ocuparon también cargos, como Cristina Martín, que fue secretaria del cercano Ateneo Libertario del barrio de La Viña.
Al terminar la guerra, se vio junto con otros jóvenes en una comisaría de la calle Jorge Juan. Allí, la desnudaron, la raparon y golpearon. Los policías decían “estas mujeres libres son unas zorras”, recordaba en la entrevista de Litvak.
Fue juzgada por Auxilio a la rebelión por su militancia y por haber hablado en tres ocasiones en el apartado semanal reservado a los ateneos en Radio Madrid. Se vio con el juez militar casi a a la vez que las famosas Trece Rosas y, siendo menor de edad, estuvo seis meses en la prisión de las Ventas.
Estando presa, una compañera le sugirió que empezara a escribirse con un compañero que estaba cumpliendo pena de prisión en esos momentos, Ángel Urzaiz Simón, militante de Guindalera y Prosperidad, a quien en ese momento aún no le habían conmutado la pena de muerte a la que había sido condenado.
´Cuando sale de la cárcel, Zabaleta continúa colaborando con la organización en la clandestinidad, ayudando a los presos políticos. Se reúne con Ángel, que será su compañero de toda la vida y con quien tuvo dos hijos. Él será detenido de nuevo en 1947 (permanecerá encerrado hasta 1959) y trasladado a una cárcel valenciana, lo que hará que se traslade a vivir allí, donde trabaja en un restaurante mientras continúa con sus labores políticas. En su casa, por ejemplo, se refugió el anarquista Cipriano Mera camino del exilio francés.
Después de la muerte de Franco, la pareja contribuyó a la reconstrucción de su organización y participó del encuentro intergeneracional que permitió romper la cesura histórica provocada por el siniestro socavón del franquismo. En 1996, prologó el libro La mujer en la prensa anarquista. España (1900-1939), de María A. García-Maroto. Ángel Urzaiz había fallecido en 1988 y ella nos dejó en 2004 en la ciudad de Madrid. Consuelo Zabalza merece un trabajo monográfico que ponga su nombre en el lugar que se merece. Muchas, muchos, también esperan el rescate de su memoria y las enseñanzas que, sin hacerse notar demasiado, nos dejaron en herencia.
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